Don Arturo Pérez Reverte….y su visión de la actualidad

Las opiniones de Don Arturo, siempre nos merecen respeto y la obligación de difundirlas.

Pues eso, aquí editamos una reciente, publicada en XLSEMANAL, número 1167, de 7 al 13 de marzo de 2010:

EDITADO

Patente de corso, por Arturo
Pérez-Reverte

 
  CUATRO MINUTOS
 
 
Me llegan, por amigo interpuesto, los
comentarios
de uno de los infantes de marina que estaban en el
Índico durante el secuestro del Alakrana –del que, por cierto,
nadie explicó de modo satisfactorio qué bandera llevaba izada, o no,
cuando le dijeron buenos días–. El citado mílite es uno de los que
intervinieron en la persecución de los piratas somalíes cuando éstos,
después de trincar la pasta, salieron a toda leche para refugiarse en la
costa. Viniendo de donde vienen, no es raro que los comentarios revelen
insatisfacción por las órdenes recibidas y por el grotesco desenlace.
Desde su comprensible anonimato, el infante de marina se desahoga,
contando que los malevos estuvieron a tiro, pero las órdenes eran no
disparar bajo ningún concepto, pues nadie estaba dispuesto a admitir
muertos ni heridos en aquel sainete.

Todo es conocido de sobra, y no merece volver sobre ello.
Pero hay una frase que tengo por significativa, porque explica no sólo
lo del Alakrana, sino muchas otras cosas: «Tuvimos de tres a
cuatro minutos para detenerlos. Pedimos órdenes y hubo silencio».

Con esas interesantes palabras en el aire, les invito a un bonito e
instructivo ejercicio. Cierren los ojos e imaginen. Lo han visto veinte
veces en el cine o la tele: las lanchas de los piratas zumbando hacia la
playa, los infantes de marina teniéndolos en el punto de mira y con la
posibilidad de bloquearles el paso, y el jefe del operativo pidiendo por
radio instrucciones a sus superiores. «Permiso para intervenir», o algo
así. Dice. Y ahora trasládense a Madrid, al gabinete de crisis o como
se llame lo que montaron allí. También, en este caso, las películas nos
facilitan el asunto: un mapa del Índico en una pantalla en la pared,
pantallas de ordenador, la ministra de Defensa con las gafas puestas, el
JEMAD ese de la barba que siempre va de azul, el resto de la plana
mayor y toda la parafernalia. Con el pesquero liberado previo pago de su
importe, todos más pendientes ya del telediario que de otra cosa. Y la
voz que viene del Índico sonando en el altavoz: «Tenemos tres o cuatro
minutos y solicitamos órdenes. Repito: solicitamos órdenes». El reloj en
la pared haciendo tictac, o lo que hagan los relojes de los gabinetes
de crisis, y la ministra, y el de la barba, y el resto de artistas,
mirándose unos a otros, callados como putas. Y más tictac. Nadie dice
«bloquéenlos», ni nadie dice «déjenlos escapar». Sería mojarse demasiado
en uno u otro sentido, y las palabras las carga el diablo. Tanto el
«sí» como el «no» pueden causar problemas en las tertulias radiofónicas y
los titulares de los periódicos, según vayan éstos a favor o en contra
del Gobierno. Así que punto en boca. Silencio administrativo, cuatro
minutos, uno detrás de otro, mientras allá abajo, en el mar, los
infantes de marina, el dedo en el gatillo y locos por la música, que
para eso están, blasfeman en arameo, por lo bajini, mientras ven cómo se
escapan los flacos con la pasta. Y al cabo, la desolada frase final:
«Han llegado a la playa». Suspiro de alivio en el gabinete de crisis.
Fin de la historia.

Les cuento la escena –imaginaria, aunque no tanto– por si
ustedes llegan a la misma conclusión que yo. Esos cuatro minutos de
silencio no son los del Alakrana. Son todo un síntoma, una marca
de fábrica. Una manera de entender la vida en este pintoresco lugar
llamado España porque de alguna manera hay que llamarlo. Esos cuatro
minutos de silencio se dan a cada instante, en cualquiera de las diarias
manifestaciones de nuestra estupidez, nuestra mala baba y nuestra
impotencia. Calla siempre, los cuatro minutos precisos, el político de
turno, y el policía, y el juez, y el periodista, y el vecino del quinto.
Callamos todos ante lo que vemos y oímos, pendientes del tictac del
reloj, esperando que el tiempo aplace, resuelva, permita olvidar el
problema. Una cosa es la teoría, las declaraciones oficiales, la España
virtual. Qué ligeros de lengua somos legislando para un mundo perfecto,
con nuestra inquebrantable fe en el hombre –y en la mujer, que diría
Bibiana–. Y qué callados nos quedamos, como la otra ministra y el de la
barba, cuando la realidad se impone sobre nuestra imbecilidad endémica.
Cuando el maltratador defendido por la maltratada, el corrupto reelegido
para alcalde, el violador reincidente, el terrorista que apenas paga su
crimen, el hijo de puta menor de edad, la tía marrana que aprovecha la
ley para vengarse del marido inocente, el pirata somalí que rompe el
tópico del buen negrito, nos meten el Kalashnikov por el ojete. Entonces
nos quedamos callados, no sea que la vida real nos reviente la teoría
obligándonos a señalar al rey desnudo. Y así, de cuatro en cuatro, pasan
los minutos de nuestra cobardía.

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Buena proa

Haz de guía

Salu2

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